miércoles, 27 de octubre de 2010

Nadie como el abu.

Al entrar en la habitación del cuarto de mi abuelo, le vi tumbado en su cama con los ojos cerrados. Me senté en su cama, intentando ocupar lo menos posible y le cogí de la mano. Al sentirme, abrió de pronto los ojos y me hizo una sencilla pregunta que se clavaría en mi memoria con fuego:
-¿Quién eres?
Lo dijo de forma totalmente natural, sin soltarme de la mano o asustarse de mí, como si además de no conocerme no pudiera percibirme.
-Oiga, quiero que me traiga la cuenta ya. Tengo prisa ¿sabe? Mi mujer se estará preguntando dónde estoy.
Su mujer, mi abuela, había muerto hacía años.
-…¿Abuelo?
Sé que fue estúpido decir eso, pero no se me ocurría nada más y todavía me agarraba a la esperanza de que volviera a la cordura.
-Oh… ¿Has perdido a tu abuelo?
Asentí bobamente con la cabeza, intentando controlar el nudo que tenía en la garganta.
-Pregúntale a esa señora, tiene pinta de ser la dueña de este sitio.
Mientras decía eso, señalaba una lámpara. En cualquier otro momento, me habría reído por el toque de humor en una escena de amargura, pero no me dio tiempo ya que mi abuelo se levantó de la cama con la energía que él creía tener y se cayó de bruces en el suelo.
Corrí precipitadamente hacia él y me horroricé al ver que tenía los ojos cerrados. Lo primero que se me ocurrió fue tomarle la mano y comprobar que tenía pulso. Efectivamente, lo tenía, así que lo zarandeé levemente y lo llamé por su nombre. No me hizo caso y el miedo se hizo más grande: no había nadie en todo el edificio y no sabía a quién pedir ayuda. Cuando me levantaba para coger el teléfono, oí mi nombre. Inmediatamente me giré y vi a mi pobre abuelo mirándome con ojos de profunda tristeza y tirado en el suelo como si de una marioneta de trapo se tratase.
-Estoy enfermo, ¿verdad?
Se me llenaron los ojos de lágrimas y me abalancé hacia él para abrazarle.
-Estoy enfermo, ¿verdad?
Lo repitió aunque probablemente sabía que yo le había oído perfectamente y también lo que ese silencio significaba. De todos modos, asentí ligeramente.
-¿Qué me pasa?
Se separó de mí y se miro las manos con tristeza, como si las arrugas y las venas marcadas de aquellas ancianas manos pudieran confesarle que le sucedía.
No fui capaz de contestar pero él lo hizo por mí, con una sola palabra que llenó hasta el más recóndito lugar de aquella habitación.
-Alzheimer.
Volví a asentir aun sabiendo que eso había sido una afirmación, no una pregunta.
Él me miró seriamente a los ojos y dijo:
-Quiero que sepas que pase lo que pase ahora que te estoy enormemente agradecido por todo lo que has hecho por mí y quiero que siempre tengas en cuenta que te quiero como nadie te va a poder querer.
Las lágrimas inundaron mis ojos y me abracé al débil cuerpo de aquel anciano enfermo. Después le levanté y le ayudé a meterse en la cama de nuevo, donde se arropó y dos minutos después yacía profundamente dormido. Le besé la frente sabiendo que a partir de ese momento nada iba a ser lo mismo.

Despertar.

Las sábanas blancas están calientes, nuestras manos entralazadas y tu respiración juega con en mi piel. Tienes los ojos cerrados, la boca ligeramente entreabierta y tu pelo dorado se mezcla con los rayos del sol que se cuelan por el ventanal. Tus labios parecen más rosados que nunca y tu perfil más angelical de lo normal.
Suspiro y cierro los ojos rogando a Dios que este momento no se acabe nunca.

Pero los abro y tú ya no estás. La cama está fría y el sol no quiere colarse por mi ventanuco.
Te has llevado tus labios, tu pelo, tu mano, tus ojos... Te lo has llevado todo contigo, hasta mi corazón. Me lo has arrancado del pecho y ahora ya no siento nada.

Y sé que la única solución es esparar al próximo sueño para estar contigo... Y esperaré, te aseguro que esperaré.

sábado, 23 de octubre de 2010

94608000 segundos.

Es increíble pensar, que estás a menos de 10 kilómetros de mí.
10 kilómetros que recorrería corriendo con tal de verte.
Con tal de tocarte, con tal de sentirte, de besarte.
Con tal de mirarte y de que me miraras.
Con tal de poder hacerte sonreír con mi sonrisa.
Con tal de decirte que llevo tres años esperándote.
Tres años queriendo decirte que sin ti, no soy nada y que llevo siendo nada
36 meses, 144 semanas, 1080 días, 1576800 minutos y 94608000 segundos,
los cuales los he pasado echándote de menos.
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