domingo, 28 de noviembre de 2010

II

Se levanta del sofá encorvado y se vuelve a desplomar en la silla. Acerca el portátil y lo enciende. Bendita tecnología, piensa. Maldita chatarra, tarda años en encenderse. Lo golpea. Lo vuelve a golpear descargando en él su energía. Lo rompe. Genial, está roto. La pantalla y el teclado medio separados. Vaya, funciona de todas maneras. Desplaza el ratón y clickea sobre su correo. 78 mensajes. ¿Cómo puede ser? Maldita propaganda. No, no quiero irme de crucero. No, no quiero tu bazofia de teléfono móvil. Uno tras uno los va eliminando. 20 mensajes de propaganda, otros 58 por ver. Mamá: Hijo, ¿Estás bien?... De puta madre, no te jode. Su hermano mayor: Eh tío, da señales de vida ¿no?. No. Peores que la propaganda. Desplaza el ratón desesperadamente en busca de un correo decente. Su nombre. ¿Qué? No puede ser. Y efectivamente, no, no es. Ese correo ya estaba leído. Hola cariño, te echo de menos. No sabía como podía decir tanto con tan pocas palabras. La echaba de menos, joder. Puñetazo a la mesa. Puñetazo contra la pared. Sangre en los nudillos... Lágrimas, lágrimas que caen a borbotones, como la sangre de su piel. Se siente débil, quiere tumbarse. Mira alrededor, buscando. El sofá está demasiado lejos... Se deja caer de rodillas sobre la vieja alfombra, se deja caer levemente hasta acabar totalmente tumbado en posición fetal. Llora como un niño, como un bebé recién nacido haciendo honor a su postura. Llora y llora hasta que ya no quedan lágrimas, hasta que se le secan los ojos y se le ennegrece el corazón. Joder, yo sí que te echo de menos, cariño...


Y es que es verdad, a veces, existe.

Michelle.

A veces lloro, ¿sabes? lloro porque me siento sola. Lloro porque me gustaría ser otra persona, con otras cosas en la cabeza, con otra personalidad y con otras virtudes. Lloro porque me gustaría ser como cualquier otra persona que piensa cosas acordes con su edad y vive como una persona normal. Lloro porque a pesar de estar rodeada de gente, me siento terriblemente sola. Lloro porque sé que nadie me comprende, que nadie jamás lo hará. Lloro porque no veo salida. Lloro porque no me gusta esta vida.
En esos momentos, pienso en ti. Pienso que a pesar de todo, tengo una suerte enorme y esa suerte tiene nombre y apellidos. Michelle. Gracias, gracias por todo. Porque hasta cuando no haces nada, me siento feliz de simplemente saber que al pronunciar tu nombre vendrás conmigo. De saber que si te he encontrado a ti, nada me impide encontrar más gente que verderamente me llene.
Gracias porque aunque no lo sabes, me haces sonreír día sí y día también.

 Lucy.

I

Se deja caer en el sofá el cual, debido al impacto, se echa para atrás estampándose con la pared. Le da absolutamente igual. Tantea los cojines del sofá en busca del mando, al notarlo, lo agarra con mano muerta. Señala la televisión con él, pulsando débilmente el botón rojo de encender. La tele permanece indiferente. Tras varios intentos, pulsando con más intensidad puede ver un hombre totalmente desconocido frente a él, dentro de la caja gris. No le convence, cambia de canal. Teletienda, basura. Cambia otra vez. No, no hay nada. Decide pulsar el botón del DVD, quién sabe que película habrá ahí metida. Oh, Vince Vaughn. Ese tío es un capullo, piensa. Rebobina con el mando en busca de alguna escena interesante. Un beso. Un beso con Jennifer Aniston. Agarra un cojín y lo tira al suelo con toda su rabia. Ya sabe que pelicula es: The Break-Up. Qué les den a las tías, refunfuña en alto. Se cruza de brazos para no oír como se rompe su corazón.
Llaman al teléfono... Esperanza, luz, vida. Lo coge. ¿Sí?. Hola, hijo. Cuelga. No era esa la mujer que él esperaba.

sábado, 27 de noviembre de 2010

El mayor de mis temores.

Before.
-Hola, soy Lucy, ¿está Michelle?
-¿Lucy? ¡Soy yo, estúpida!
-¡No me digas! Eres igual que tu hermana...
-Ya... ¡Eso dicen! ¿Querías algo?
-No. Bueno sí, sólo hablar ya sabes.
-Estupendo. Tengo todo el tiempo del mundo.
-¿No tienes mañana examen de geometría?
-Por favor Lucy, la geometría puede esperar.
-Estoy un poco preocupada, Mich...
-Cuéntame, soy todo oídos.
...




[...]
After.

-¿Hola? ¿Max?
-¿Perdón?
-Oh, vaya, creo que me he equivocado...
-¿Lucy, eres tú?
-¿Michelle?
-¡SÍ!
-¡Michelle! Oh dios mio, he llamado justo al número después de Max en la agenda... Vaya, ¿Cómo estás?
-Oh, Lucy, ¡Qué alegría oírte! Muy bien, ¿y tú?
-Estupendamente. ¿Qué tal te va la carrera?
-Genial, algo difícil pero muy bien. ¿Tú?
-Muy bien también, es totalmente para mí.
-¿En serio? Me alegro mucho. ¡El otro día me acordé de ti!
-¿De verdad? ¡Yo también de ti! Pensé: "tengo que llamarla, hace mucho tiempo que no hablamos"
-¡Eso mismo pensé yo! Pero ya sabes, es todo un lío, la facultad, los exámenes...
-Ya, eso me pasa a mí también... Bueno, tenemos que quedar, ¿eh?
-Sí, por supuesto. Bueno, me tengo que ir, Lucy, ya hablamos.
-Sí, yo también. Manda recuerdos. Un placer hablar contigo, Michelle.


[...]

¿Quién no se volvió a ver nunca más?

Debilidad dañina.

Se tapa la cara con las manos porque no quiere ver. No quiere ver lo que pasa, no quiere ver lo que ha hecho.
Se siente estúpida y voluble, una niñata cualquiera. Nadie sabe lo que quiere y menos lo sabe ella. El caso es que duele, todo duele. Pero no es justo, o eso piensa ella, porque no saber lo que quieres solo conlleva dolor, dolor sinsentido, dolor absurdo y del cual no se sabe su procedencia. ¿Por qué no hay felicidad también? Felicidad sinsentido, felicidad absurda y de la cual no se sabe su procedencia, ¿Por qué no hay de eso en su corazón?
Se siente débil, menuda. Con una gran capacidad para hacer daño allá donde pone la mirada, o mejor dicho, donde pone el corazón.
"La felicidad me odia", piensa. Y sí, tiene razón, la odio.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

El maltratado se convierte el maltratador.

Alzo la mano con toda mi rabia contenida, dispuesta a vaciar toda ella en un sordo y seco sonido.
Y justo cuando estoy a punto de hacer que mi mano descienda a toda velocidad sobre su mejilla, la veo. La veo de verdad, como nunca antes lo había hecho. Y en ella veo algo, o mejor dicho veo a alguien. En su cara de miedo, en su agitada respiración de pánico, en su cara amoratonada, en su pequeño y frágil cuerpo acurrucado en una esquina y temblando como un niño. ¿Cómo un niño? Ella es una niña, una niña pequeña e indefensa como lo fui yo a su edad.
Al verme vacilante, emite con un hilo de voz algo parecido a una aguda súplica cargada de esperanza:
-¿Mami?
Oigo como algo en mi más profundo interior se rompe en mil añicos. De pronto todo se desvanece y yo ya no estoy allí, estoy en la casa de mis padres y de pronto yo ya no tengo treinta y tres años, tengo seis. Siempre me habían dicho que era una niña muy grande para mi edad, no "alta pero esbelta", sino "grande". Ese día en la escuela, unos cuantos niños mayores se habían estado riendo de mí por mi tamaño de pie, excesivamente "grande". 
Cuando oí el sonido que producía el coche destartalado de mis padres, estaba llorando lágrimas acomplejadas en mi habitación y aquel ruido provocó en mí un mayor pánico. Pensé rápidamente en un sitio donde esconderme y sólo se me ocurrió debajo de los lavabos del baño donde había una cortinita y dentro de ella espacio sufiente para cobijar a una niña de seis años. Allá fui corriendo torpemente y conseguí ocultarme dentro. Se me veía un poco, pero pensé que mis padres habrían bebido una de esas botellas negras como el carbón que huelen tan mal y son tan difíciles de abrir y, eso, les dejaba en un estado de estupidez mental que yo aun no había conseguido entender, pero que en un futuro no tan lejando entendería a la perfección.
Entraron dando un portazo y gritándose con violencia. Mi madre insultó a mi padre y éste le respondió dándole una seca bofetada en el rubor de su mejilla, el que siempre aparecía cuando bebía alcohol. Ella salió corriendo y llegó al baño gritando y llorando. Al entrar, se tropezó con mis pies que asomaban por debajo de la cortinita, se precipitó al suelo y se golpeó la cabeza con la bañera. Yo, que había oído el golpe, me quedé inmóvil con los ojos apretados, temblando violentamente. Cuando fui lo suficientemente valiente para abrirlos y asomar la cabecita fuera de mi escondite vi una enorme marioneta con los ojos cerrados y cubierta sangre que no paraba de salir de algún punto de su cabeza como si de un grifo se tratara.
Entonces, llegó mi padre al baño. Al ver el espectáculo: su mujer tirada en el suelo, inconsciente y llena de sangre y a su hija escondida debajo del lavabo, con la cabeza y los pies fuera de la cortinita, estalló. Estalló y de que manera. Me agarró de los pies, tiró de ellos para sacarme fuera y agarrarme con violencia por los tobillos. Me alzó en el aire y me miró a los ojos, con una mirada penetrante, clavándome sus pupilas rojas de ira y expulsando humo por la cabeza del mismo modo que mi madre expulsaba sangre.
-¿Papi? -Y lo dije porque realmente no sabía si ese basilisco era mi padre.
Relajó sus rasgos faciales un segundo para soltar una enorma y burlona risotada que sonó grotesca ante tal situación.
-Ni papi ni hostias.
Y ahí creí morir. Me tiró al suelo con infinita agresividad y comenzó a darme patadas por todas partes, especialmente por la cabeza. Al principio grité y grité hasta hacerme daño en las cuerdas vocales y cuando ya no pude más, simplemente dejé de pensar, con los ojos entreabiertos mientras la voz de mi padre llegaba a mis oídos lanzándome todo tipo de insultos que me han pesado hasta hoy trescientos kilos cada uno. Y no se cansó, siguió así horas que a mí se me hicieron eternas, como semanas, como meses que no terminan nunca. Hasta que por fin, perdí la consciencia y mi sangre se mezcló en el suelo con la de mi madre.
Desperté tres semanas después en un hospital con dificultades para moverme y de ahí en adelante no volví a ser la misma persona. Mi madre, perdió la memoria y parte de su inteligencia mental. Mi padre fue encarcelado y yo pasé a vivir con mis tíos quienes se parecían en bastantes cosas a mi padre, en demasiadas.
Cuando por fin me mudé lejos de esta familia, si se puede llamar así, juré y perjuré ser buena madre, buena persona, juré parecerme lo menos posible a esa pareja de descerebrados que compartía mi ADN.
Y aquí estoy ahora, con la mano en alto, intentando descargar toda mi furia en una inocente niña que me ha traído todo el amor que nunca tuve. ¿Y así se lo voy a pagar? No, perdona pero no.
El maltrado se vuelve maltratador...


    martes, 2 de noviembre de 2010


    Me había puesto una camiseta suya.
    Él estaba sentado en el sofá viendo distraídamente la tele mientras yo esperaba a que se percatase de mi presencia apoyada en el marco de la puerta. Tardó en darse cuenta y lo hizo porque una ráfaga de viento proveniente de la ventana del baño condujo el aroma de mi perfume hasta su nariz aburrida. Vi como su naricilla se arrugaba casi imperceptiblemente, como sonreía con los ojos cerrados y como los volvía a abrir mientras giraba la cabeza hacia mí.
    Nos miramos fijamente como dos desconocidos, hasta que él habló.
    -Qué bien hueles.
    Esbocé una media sonrisa sin decir nada mientras él me miraba de arriba a abajo.
    -Te queda mejor que a mí...
    Seguí sin decir nada, andando despacio hacia él mientras seguimos mirándonos con el deseo reflejado en los ojos. Me senté encima suyo y le besé suavemente en el cuello.
    -...Pero al fin y al cabo, es mía, así que dámela.


    Recuerdos que aun hoy me atormentan la existencia.

    lunes, 1 de noviembre de 2010

    Así que me acerqué a su vera con paso firme y decidido y después de tanto tiempo enfadados y sin hablarnos, le solté:
    -No sabes lo importante que eras para mí.
    Y me fui, así, como en una película, con gracia y desparpajo, moviendo el culo de forma atrevida incluso...
    ..¿Cómo en una película he dicho? Ah sí. Quizá no fui tan decidida y con paso tan firme, tan sólo eso.
    Bueno y quizá no tenía gracia ni desparpajo ni movía el culo... También es posible que no dijera eso exactamente... O incluso, que no fuera, que simplemente me quedara mirando como hablaba con otra chica... Quizá no es mi estilo... Quizá desearía que ese fuera mi estilo...