miércoles, 15 de septiembre de 2010

Amor, amor, amor...

Cuando era sólo una niña, hace poco tiempo pensándolo bien, creía que sólo existían dos tipos de amor: el amor correspondido y el amor no correspondido. Pero no, hace algún tiempo, no mucho, me di cuenta de que no, no es así de simple ni mucho menos. Tú me quieres o eso aseguras y yo... bueno, yo lo daría todo por ti, bien lo sabes ya. Entonces... ¿Qué es lo que falla? Aun recuerdo tu mirada de desolación, jamás había visto tanta tristeza en algo tan hermoso como sin duda son tus ojos de color azul infinito. Aun recuerdo tus palabras, suspendidas en el vacío, colándose desesperadas y sin permiso en mis oídos con el único fin de llegar a mi cerebro para hacerme sufrir como nunca antes nada lo había hecho. Aun lo recuerdo todo, hasta el más mínimo detalle permanece en mi memoria y aquí seguirá por mucho tiempo, quizá más del deseado... aun recuerdo incluso la pequeña mancha de pasta de dientes que llevabas en polo azul marino, en el cuello, al lado de los tres botones de los cuales llevabas solamente uno abrochado. Pero sobre todas las cosas, recordaré la expresión de tu rostro cuando después de tan horribles noticias, en vez de gritar, arrancarme hasta el último mechón de pelo sobre mi cabeza, patalear y gemir hasta el agotamiento, cuando en vez de reaccionar así, como cualquier otro ser humano habría hecho en mi lugar, yo, con toda calma y serenidad derramé una pequeña lágrima, fría y salada, que recorrió mi mejilla hasta perderse por el mentón, mandando un mensaje de sufrimiento y de agonía.
Todo había sido perfecto hasta entonces, o quizá es el tiempo que dulcifica los recuerdos. Recuerdo discusiones, peleas, llantos, mentiras... ¿Pero qué importa eso ahora? Discutiría contigo un centenar de veces con tal de volver a tenerte a mi lado, de verte sonreír, de escuchar tu risa y de sentir el calor de tu mano en la mía. Pero ya no te tengo, ni te tendré nunca más. ¿Por qué? porque la vida no entiende de justicia ni de amor, la vida sigue adelante a su aire, sin importarle en absoluto nada ni nadie, la vida... vida que ahora necesitaría darte. Porque... ¿Qué importa ya? no hay nada que hacer... mis lágrimas no van a dar a cambiar nada, mi dolor no va a hacer más que crecer y crecer, mi angustia va a consumirme y nada de esto va a ayudarme a recuperarte y mientras, aunque parezca mentira, el mundo sigue girando, el tiempo sigue pasando e incluso habrá personas riendo y charlando con total naturalidad fuera de estas cuatro paredes que no tengo fuerzas a abandonar.
Y pensar que tú, ingenuo o quizá solo asustado, culpabas de toda esa situación a los dos hombres de mirada apenada, que con batas blancas y pijamas verdes te revelaron el secreto del dolor en el que en poco tiempo todos nos veríamos sumergidos. Esa odiosa palabra que proviene del griego significando literalmente "sangre blanca" pero que todos hoy en día conocemos con el fatídico nombre de leucemia. Si sólo el nombre me da escalofríos no quiero pensar en lo que tú tuviste que pasar hasta el ultimísimo día, día en el que cerraste los ojos para no volverlos a abrir más. Y sé que a quien se lo contara, jamás llegaría a entenderlo, jamás llegaría a entender porque hablo de ti en presente cuando tú ya no estás, porque sigo diciendo que me quieres cuando tu cuerpo yace sin vida debajo de la tierra que piso, porque te dedico todos mis movimientos cuando ya no existes, porque estoy diciendo esto si nadie me va a escuchar. Yo tengo las respuestas, nadie más: un día me dijiste ·"te querré hasta el final de tus días", quizá te equivocaste en el uso del pronombre, quizá en realidad quisiste decir que me querrías hasta el final de tu vida, no de la mía. Pero el caso es que eso fue lo que dijiste y mientras tú me quieras, estés donde estés, yo te querré a ti también con la misma intensidad que te quise el primerísimo día.

Madres.

El primer esfuerzo lo hacen antes de que tú hayas puesto un pie en el mundo: comparten su cuerpo contigo, te hacen un huequito en su ser. Y no es sólo eso: comen más por ti, dejan de trabajar por ti, dejan los grandes trotes para otros tiempos, te hablan, te cuidan y ya, sin haberse dado apenas cuenta, te quieren.
Luego llega el parto que tampoco es moco de pavo. Sufren, lloran, gritan, chillan y aprietan manos ajenas pero ya estás ahí, ese pequeño bulto de su vientre por fin se da a conocer y a pesar de que llega llorando, siempre saca una sonrisa. Entonces, la vida da un giro de trescientos sesenta grados y de pronto hay millones de cosas que este pequeño recién llegado necesita: tiene hambre, los pañales manchados, sueño, quiere que le cojan... Y además lo tiene muy claro: lo necesita y lo necesita ahora, da igual que mamá esté durmiendo, comiendo, esté cansada o necesite un respiro, lo quiere ya. Y mamá se lo da todo.
Luego llega la hora de buscar guardería, más tarde colegio, instituto, incluso universidad... Y ella sólo quiere lo mejor, te intenta alejar de malas influencias: invita a tus amigos a casa para ver de que pie cojean; los estudia muy de cerca y luego les aprueba... o no. Cuida tu alimentación, tu acné, consola tus complejos, te regaña cuando cree que debe hacerlo aunque luego se sienta culpable a escondidas...
Madre sólo hay una, la que te acompaña a lo largo de tu camino, la que piensa siempre en ti, la que te cuida, la que te quiere y la que te querrá siempre.

lunes, 13 de septiembre de 2010

LIBERTAD. Todo a su lado parecce insignificante.

martes, 7 de septiembre de 2010

Algo.



Lo que ella necesitaba era un milagro, algo bueno que la animara a continuar viviendo, algo de luz entre tanta oscuridad, algo que la limpiara las lágrimas que la levantara la sonrisa, algo por lo que luchar, algo que la hicera feliz, algo por lo que levartarse cada mañana y por lo que coinciliar el sueño con una sonrisa, algo de tranquilidad en su corazón dolorido, algo de medicación para su enfermedad llamada soledad, algo de compresión por parte de los demás, algo inesperado que la hicera brotar como una flor a punto de marchitarse. Lo que ella necesitaba era una lluvia de verano.

La vida, esa pedazo de zorra.

Era 21 de junio del 2010, el día de después del pequeño accidente. Me desperté en mi habitación, algo diferente había en ella pero no me apetecía desvanarme los sesos en pensar que era, necesitaba caminar así que sin avisar a nadie, salí de casa.
En la calle, había mucha gente y absolutamente todos me miraba con una mezcla de pena y asco al cruzarse conmigo, me dolió pero aun así, no les culpo. En realidad lo que verdaderamente necesitaba era verle. Tenía la esperanza de cruzarmelo en cualquier esquina y reconocer en él un rostro de mirada pura, quizá sonriente, quizá preocupado, pero él, con sus ojos verdes y su tímida sonrisa.
Si hubiera sabido toda la verdad, la idea no hubiera sido tan descabellada. Era un pueblo pequeño, muy pequeño y además era domingo al medio día, cuando los miles de tenderetes del mercadillo invadían las calles y el pueblo entero salía a regatear con los extranjeros vendedores.
Le busqué en su bar preferido y donde solía ir a comprar el pan. No le encontré. Nunca había estado dentro de tu casa, pero sabía perfectamente donde se encontraba así que allí fui. Mantuve pulsado el botón 2A durante unos segundos y me apoyé en la puerta a esperar.
-¿Sí? -Dijo una mujer, supuse que sería su madre, pero no la conocía.
-Hola, buenos días, ¿Está Pier?
Silencio. Después sollozosos y más silencio. Me quedé de piedra mirando el telefonillo hasta que una voz masculina me asustó.
-¿Esto es una broma? No tiene ni puta gracia. Lárgate ya, antes de que te pille y te reviente a hostias.
Alucinada me quedé. Me senté en el escalón del portal encima de un periódico viejo y sí, se me escaparon algunas lágrimas. Necesitaba verle, de verdad. Parecía como si no hubieramos hablado en siglos. Él era mi mejor amigo, más que eso, era todo para mí. Con él la ausencia de mi padre al abandonarnos a mí y a mamá y él dolor en mi corazón causado por pasados novios pasaba totalmente desapercibido. No me hubiera importado que no hubiera hombres en el mundo con tal de tenerle a él.
No sabía que hacer y tampoco tenía ganas de volver a casa así que saqué el periódico que tenía debajo y comencé a hojearlo. De pronto, me quedé helada al ver que en la portada rezaba "EL PAÍS" y debajo, en letras más pequeñas "24 de julio del 2010" ¿Qué? Sería un error de imprenta o algo... era imposible que ese periódico fuera de tal fecha pero lo más raro es que era incluso más raro que ese periódico no pareciera ni de ese día, se veía viejo y sucio como de hacía un par de semanas. Confusa, me levanté y le pregunté a una señora:
-Perdone, ¿Sabe usted que día es hoy?
-Sí, señorita, domingo.
-Sí, pero... ¿Qué fecha?
-Ah... pues 17 de agosto, creo. Tal vez sea ya 18...

Me alejé dando tumbos y de pronto recordé. Recordé ese "pequeño accidente", quizá no tan pequeño. Pier y yo veníamos juntos en coche de terminar el último día de instituto. Él conducía y yo jugaba a poner mis canciones favoritas en la radio para que él adivinara los títulos. No falló ni uno. Fue entonces cuando Nala, el perro de la secretaria del alcalde, cruzó la carretera con su dueña detrás, intentando capturar su mascota. Ninguna de las dos nos vio hasta el último momento y lo mismo pasó con Pier y conmigo. Pier dio un volantazo y el coche se estrelló mientras sonaba Maggie May.

...
Adiós, Pier. Adiós a mi vida.

Wake up Maggie, I think I've got something to say to you
It's late September and I really should be back at school
I know I keep you amused, but I fell I'm being used

Oh Maggie, I couldn't have tried any more
You led me away from home
Just to save you from being alone