lunes, 7 de febrero de 2011

Tápate el corazón, pero el dolor saldrá por los ojos.

Este texto va por los que dificultan aun más mi vida, cuando pensé que era imposible. Gracias.


Ella. Ella volvió. No debió volver, es fácil saberlo. Pero a ella le gusta, le gusta que la pisoteen que la machaquen y que la utilicen como a un trapo viejo. ¿Le gusta? Claro que no le gusta, panda de ignorantes. Pero es lo que hay, es su misión en esta vida y nadie puede luchar contra el sino. Tiene tantas cosas a las espaldas, tantas puñaladas, tantas pérdidas, tantos malostratos, tantas agresiones, tantas palabras, tantísimo dolor, tantísimo... que se somatiza, le salen pequeñas manchas que nacen con la intención de alertar, de decirla "Hey pequeña, este mundo no es para ti, eres un pequeño error de la naturaleza, sólo has venido para soportar el peso que deberían llevar otros" Pero ella no las escucha, ella quiere luchar y seguir adelante ¿Por qué? porque tiene una razón, es una sola, pero es muy muy grande, muy muy grande y muy muy mayor también. Y la naturaleza actúa. Actúa la maldita naturaleza y le quita su razón, se la quita de un plumazo, ante sus ojos que contemplan horrorizados como otros ojos azules, ya cerrados tras el último soplo de su corazón, no volverán a abrirse jamás.
¿Y ahora qué? Ya no tiene su razón... y piensa lo fácil que sería que la naturaleza se la llevara a ella también y que Dios los reecontrase a ambos en lugar mejor. Pero decide seguir luchando, decide que él la vea desde lo más alto y pueda sentirse orgulloso, pueda sonreír contemplándola. Pero no, no es posible, porque para que él desde arriba pueda sonreír ella tiene que hacerlo antes desde abajo. Y no la dejan. No la dejan. Provocan su llanto constante, porque ni aun en el peor momento de su vida sus amigos, familiares o conocidos tienen la decencia de dejar de arremeter contra ella, de dejarla vivir en paz, de cesar de cargarla sus problemas, de descargarse con ella y de hacerla la vida más dificil, de hacérsela imposible, cortando su felicidad y la de la persona a la que ella siempre ha querido más que a nadie.
Y ella sufre. Se encierra en el baño que compartía con él y espera pacientemente a que las convulsiones cesen, pero aunque en su cuerpo paren, su mente jamás dejará de convulsionar. Y las lágrimas no dejan de mojarle las mejillas, el pelo comienza a caerse, la cabeza se le calienta a punto de explotar y lo único que quiere hacer es correr. Correr a buscarle, correr y correr hasta encontrarle y contarle todo el daño que la están haciendo, decirle que sin él la vida no tiene sentido, que se está mueriendo lentamente mientras el resto de la gente, ignorantes del verdadero dolor del sufrimiento, abusan de ella, de su caracter permisivo y la maltratan haciendo que cada vez tenga menos ganas de vivir. Pero nada de esto pasa, nada pasa, sus piernas no pueden correr, no pueden moverse y aunque lo hicieran jamás la llevarían al sitio donde él se encuentra, jamás la dejarían desahogarse porque hasta sus piernas la odian, hasta sus piernas desean su mal, hasta sus piernas sienten asco por ella y están dispuestas a utilizarla.
Y se derrumba, se muere por unos segundos sobre la cama que antes daba reposo a la persona que más ama y desea que Dios le explique por qué, por qué la han hecho así, por qué no cesa su sufrimiento, por qué le han arrebatado a la única persona capaz de quererla tal y como es, sin pegas, sin abandonos, sin abusos. Y se maldice infinitas veces porque no sabía que se pudiera sufrir tanto, porque no es de otra forma, porque no es guapa ni simpática, porque no quiere seguir así y espera, espera a que algo bueno pase, pero no, es mentira, ya no espera, ya no espera nada de nadie, porque todos son iguales y no se la está permitido ver a la única persona diferente.

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